En la sucinta brisa caraqueña se trenzan las estriadas almas de los citadinos más rústicos. Entre la humareda del café y el chirriante sol naciente se combinan los acordes de un son cadencioso y aprovechado, entre el primer llanto y la risa del sepulturero se esconde un breve pero necesario disfrute de ilusiones llamado vida, para otros, simplemente rutina.
Esta historia tiene lugar en un espinoso taller mecánico de algún lugar del oeste caraqueño. Entre cables, tuercas y arandelas; empacaduras, aceites y tornillos emerge una joven y delicada muchacha que poco sabe de carros. Psicóloga de profesión, que frecuenta cada seis meses el taller de Juan, un maduro, pero conservado mecánico valenciano. Matemático de profesión, conversador y docto en muchos temas, apasionado por conocer las vidas de sus clientes, sobretodo la vida de Laura. En principio, ella intentó emplear su arsenal de conocimientos para conducir las conversaciones, pero pronto se vio envuelta en temas que ni pensó hablar con su mecánico.
Mantuvo distancia por un buen tiempo, hasta que fueron necesarias más visitas al taller. Pasó de dos veces al año, a cuatro y luego a seis. Era un carro bastante acontecido. Poco a poco, los diálogos se tornaron más interesantes, menos formales, más personales. Siguió un café, un dulce, una felicitación de cumpleaños, una ida al teatro. Siguieron muchas cosas.
Ella comenzó a sentir un muy especial efecto por este señor de cabellos canosos. Ella sentía que no podía darle más largas al asunto. Se le estaba escapando de las manos, era el momento de decirle lo que sentía y porqué frecuentaba tanto el taller.
Así fue. Un buen día de diciembre, entre el frío y la cobija, se despertó y, mágicamente, alguna de las múltiples alertas del tablero se encendió. Fue al taller a explicar lo sucedido, el Sr. Juan delegó esa insignificante tarea a uno de sus vasallos, mientras ellos compartirían un café en la oficina. Fue ahí cuando Laura se abrió y, sin aspavientos, le dijo: Me acerqué a usted, porque no podía seguir lejos. Se quien eres y no me importa el pasado. Quiero recuperar el tiempo: Papá.
Un enorme abrazo a los protagonistas de esta historia, espero que todos la disfruten.
Fotografía de @rockomic en Instagram