En Caracas existen dos posibilidades: o la situación se vuelve un chiste o se convierte en una calamidad. El relato de estas dos esquinas está en la delgada línea que separa ambas situaciones.
Estamos hablando de las famosas esquinas del chorro y coliseo. Dicen que el cuento que gira entorno a la primera se debe a dos hermanos canarios que, con visión de negocios hicieron del brebaje tradicional caraqueño una propuesta empresarial automatizada.
Los sedientos caraqueños que deambulaban por las calles de la ciudad, tenían al alcance de una monedita, la posibilidad de obtener un vaso de guarapo de papelón frío, con sólo incluir la moneda en la alcancía y sonar la campana: salía un chorro. Un chorro de refrescante y bien-hecho papelón con limón.La segunda esquina denominada Esquina de Coliseo, se conoce así por la presencia de un recinto teatral donde concurrían unas no tan elegantes comedias y piezas pintorescas para alegrar a la morralla caraqueña.
Según dicen los más versados, aquellos que se atreven a tomar mucha agua de papelón: están tentado al diablo. El estomago se rebela y puede jugar una mala pasada.Un día de esos, que no hace frío ni calor, un caballero entabló larga conversación campaneando su papelón.
Se tomó unos cuantos, pasó su cuenta diaria. Al punto de que, según dicen, hizo dañar el grifo y comenzó a botarse el bebedizo por toda la empedrada calle, hasta la esquina de coliseo. Casi en simultaneo, el hombre del cuento iba corriendo, pálido y sudando frío. El líquido que circulaba por el suelo le recordaba por aquello que corría. Ya estaba a punto de caramelo, cuando un buen campechano le prestó el servicio para que hiciese de vientre.Aquellos que lo vieron correr decían: Iba rapidito, de chorro a coliseo.
Y ahora, todo aquel que está urgido del estómago, suele decir: ando de chorrito a coliseo; para alertar a los cercanos que en cualquier momento deberá correr.
Textos: Raul Cordoba @rcordoba
Ilustración: Jorge Rivas @donrefran