Comenzaban a aparecer los arreboles en el cielo, todo se tornaba más susceptible y perceptivo, las aves revoloteaban entre las desusadas e insolentes centellas del sol, emprendían vuelo hacia su descanso. Aunque no había tregua entre el viento y el ruido, todo estaba despejado y templado.
Eran las 4:00 de la tarde en la Sucursal del cielo, el campaneo del heladero, el jugueteo de los perros y el repicar de unos balones adornaban el ambiente.
La Biblioteca Nacional también debía descansar, así que los bibliotecarios anunciaban el cierre por ese día. Ese anuncio hizo que en lo más profundo de la biblioteca comenzaran a tomar vida los disparatados personajes de los libros, fuertes discusiones se escuchaban entre pensadores y filósofos. Acalorados relatos se hacían realidad en las sinuosidades de la biblioteca. La lujuria, el deseo y el saber estaban cobrando vida.
Todos estábamos recogiendo, lápices y lapiceros se guarecieron en bolsos y carteras. Propios y asimilados acudían en la salida, pero un alma silente aún seguía leyendo y escribiendo: incansable, persistente y testaruda.
La bibliotecaria se acerca. La joven parece no escuchar, mientras sigue escribiendo. Parecía que le apasionaba lo que escribía. Diluida entre las letras, no quería escuchar. Una joven con una luz particular, una sensitiva mirada, una sonrisa auténtica. Absorta y un tanto desesperada, la bibliotecaria le pide que entregue el libro pues van a cerrar. Ella se niega y con una infantil pero enfurecida voz dice: No, mi mamá me dijo que me venía a buscar a las 4:30.
Siguió su lectura y su letra forzada. Grandes silabas juntándose, cada palabra que se hilvanaba cobraba sentido. Un inocente sentido.
Al fin, accedió, pero pidió escribir una última frase por ese día: Lo esencial es invisible a los ojos, de El Principito.
Las incautas efigies del Panteón se asomaban a escuchar su auténtica risa, el tiempo parecía estar interrumpido, las ramas de los arboles parecían abrazarse y las gentes parecían sonreír sin razón aparente.
María Nazaret, una joven con síndrome de Down que, sin querer evitarlo, hace sonreír al más iracundo de los caraqueños.
Fotografía de @dvaleron en Instagram