Cada paso se ajusta a los acordes del trompetista y benevolente creador, como si hubiese una gran puesta en escena para nuestros aciertos y torpezas.
Refugiados sobre el diván de nuestras mesuras, sentimos que no hay vida más allá del recuerdo, y que quisiéramos que dejara de ser una abstracta construcción para convertirse en una realidad milagrosa.
Un presentimiento, una sorpresa o un regalo: el sutil y envolvente bálsamo de rocío sobre la grama, intrigante fragancia que nos hace recordar que estamos vivos y que hay vida más allá del recuerdo.
En el absurdo y agitado sinvivir del anónimo mantuano, su jungla le cobija, muerde, amenaza y avispa. Caracas se compensa, perfuma, arma y desarma en sus salsas, sus jugos, condimentos y pimientas. Se reduce, saltea y sofríe en los lugares menos esperados, se ahúma, airea y refresca en las esquinas más lúgubres y promiscuas.
Entre la sofisticación de las briznas del oeste y el castañeo del este surgen los estridentes acordes de un gesto, el tic-tic en la unión dental y la curva labial forman la geometría perfecta de una sonrisa, que asegura y fomenta un futuro prominente y lleno de esperanzas para la construcción de una sociedad más segura para Caracas: que vive del presente por el futuro, no el pasado para el recuerdo.
Fotografía de @mahenriquezm
— en Caracas.