Por Raúl D. Córdoba Arneaud.
Un día, de esos que parecen serenos, se me acercó un señor de unos ochenta y dele junto a una señora. Ella, algo incomodada, dejó que el señor me preguntara una dirección, le contesté con el acostumbrado enredo. Casualmente, tomaríamos el mismo autobús, aunque su destino era bajarse un poco antes.
Como si le hubiese dado cuerda, el señor relató su llegada a Caracas, la expresión de su hija era de avergonzada:
Me vine de Los Andes. Soy andino. De la tierra de la pisca y masato me vine pa’ Caraca’. Tuve 5 muchachos. Susurró: Esta es la mayor. Se parece a la mamá. Mi negrita Lucía. No la cambio por nada ¿sabe? Sonrió pícaramente y dijo: ¿Quién me la va quita’ ahora, to ’a ‘eschavetá?
Cuando llegué los metí en el colegio y busqué empleo. Vivíamos en un cuchitril. Figúrate, cabía una cama y dos hamacas, yo dormía en el patio. Era por La Pastora. Yo le decía a mi negra: sácame la colcha que me voy pa’ Rusia. Hacía frio. Les daba la bendición y a dormir. Conseguí empleo en la Electricidad. Nos mudamos a una casa grande. Con cierto recato hacia su hija, murmuró: Usted sabe, mi negra y yo ya podíamos habla’ e’ política tranquilos. Y sonrió guiñando un ojo.
Me enamoré de Caracas ¿sabe? Lo dijo con nostalgia. Esta urbe multicolor es preciosa. Con todo y sus vainas, es una bonita ciudad. Esta ciudad tiene guaguancó. Todos tenemos que bailar al son de su clave, porque si no ¡ay carajo!
Siempre admiré a Caracas desde una antena. Un día de vainita no me caí como un pendejo, por andar viendo un atardecer, casi me tuesto.
Pasaron unos minutos en silencio y el señor volvió a preguntarme la misma dirección. Como si no me conociera de hace minutos y dijo: Me vine de Los Andes. Soy andino… viré hacia su hija y asentando con la cabeza le sobó el cuello a su viejo y dijo: Es lo único que recuerda y lo repite día y noche. Tiene Alzheimer. Ya no conseguimos la medicina. Y todo lo que dice es verdad, sobre todo su amor por esta ciudad. Siempre pide la misma dirección, nos turnamos para acompañarlo cuando le provoca salir. Solía ser frecuente. Siempre que llegamos dice: Mija, se me olvidó qué veníamos a hacer, vayámonos pa’ la casa que Caracas ya va a solta’ los perros.
Sonreí con la esperanza de la locura. Me bajé y caminé agradeciendole al creador haberlo puesto en mi camino, aunque fuesen escasos minutos.