Aunque los protagonistas decidieron no saludarse ese día, ambos se sumergieron en la marea de gente que subiría por las escaleras.
Ambos se resignaron a saludarse otro día, cuando de pronto, estaban hombro a hombro. Hubo un breve tropiezo y una disculpa al unísono.
-Me sentía algo imprudente, no quería pensar mucho sobre el presente ni sobre el futuro. Realmente quería conocerlo.
-Ella comenzó a jugar con su cabello mientras cientos de personas nos tropezaban, pero nosotros estábamos decididos a conocernos.
Nos saludamos como vecinos de un edificio viejo. Acompañando el saludo con una sonrisa.
-Él extendió la mano y yo se la estreché. Era más alto de lo que pensaba o yo era más baja de lo que creía.
-Nos saludamos como si hubiésemos sido presentados por un amigo, ella me dijo su nombre y yo el mío. Mucho gusto. Mucho gusto.
Ambos inertes como si hubiésemos saludado a un espanto, caminamos mientras nuestros corazones querían salir corriendo.
Cuando llegó el momento de separarnos, decidí preguntarle si nos volveríamos a ver.
Él me contestó que sí. Yo le di mi número. Él me dio el suyo. Sin diálogo alguno, sin mediar mucho gesto. Catatónicos, turulatos: no podíamos creerlo.
Nos despedimos con un beso en la mejilla y aunque mi boca quería cobrar vida propia y encontrarse con la suya, se interpuso la barba.
Nos quedamos con las ganas de un beso. Ese beso quedo pendiente.
Ni tan catatónicos ni tan absortos, los protagonistas de este relato de cuatro partes, esperan su segundo bebé. Les envío un fuerte abrazo y que ese pequeño dibuje aún más sonrisas en esta familia de arriesgados.
Y si. Se pagaron el beso y se afeitó la barba.
«La conocí en un tren. Lo conocí con barba»
Fin.
Fotografía de @couple_gb05
— en Caracas.