Entre los claros despertares del cielo caraqueño, se esconden unas muy elegantes melodías. Tan delicadas como el más lozano llano, suaves como la seda más ligera y vivaces, como el más brillante cantar.
Aparecían los arreboles del amanecer como tenues y reconciliables visos que envuelven los palpitantes sueños y las jadeantes ilusiones. Las mañanas se hacían rápidas locomotoras en el viento, losmomentos de concordia comenzaban cuando aun el cielo se atestaba de estrellas.
Desenfundaba un disco de vinil y lo colocaba en mi viejo tocadiscos, iba afinando la aguja para escuchar la melodía de mis delirios, bajaba las cortinas para que no me vieran los fisgones, apartaba los muebles del salón y armaba un escenario con la musicalización del vals de las flores de Tchaikovsky.
Mientras escuchaba la pieza por vez primera, terminaba de amarrar las zapatillas a mis pies, crinaba mis cabellos y estiraba mis piernas para bailar. Apenas entraban unas muy delgadas luciérnagas de sol, cuando este apenas se asomaba entre las montañas.Todo estaba en calma y entre los sutiles espacios de la melodía, me erguía sobre mis pies danzando con el poco viento que dejaba entrar por mis ventanas. Cerraba mis ojos y sonreía.
Era de esos momentos donde todo parece lleno de luz y oscuridad al mismo tiempo, muerte súbita y orgasmo ansioso, brillo acanalado y felicidad infinita.
Era mi momento, mi espacio, mi música, mi ballet.
Este es el primer post de muchos que vendrán sobre esta bailarina. Llegó a Venezuela muy joven, proveniente de Viena. Hizo de esta, su tierra, su escenario de danza.
Y a sus 77 años se aventuró a contarme sus vivencias con el ballet para animar a quienes aun no dedican su vida a ser felices.
“No saben lo que se pierden” Pidió llamarla, como cariñosamente le conocen: Pola.
Fotografía de @ilianazerpa
Bailarina modelo @andreina_dz