Todo está al derecho y al revés al mismo tiempo. No sabemos leer señales, ni mentiras ni verdades. Siempre tenemos algo pendiente, a veces caemos en trampas o somos los tramposos. Siempre hay un atardecer por disfrutar, un amanecer por agradecer, un anochecer para brindar. Siempre hay un viento a favor, un mal chiste o un impertinente suelto.
Esta historia tiene origen en una parte de la ciudad donde abundan los cachivaches. Entre sus entrecejos y callejones, donde se dividen los caminos, pero no se separan los labios.
Cada tarde, esta pareja de ancianos se sienta en la oxidada banca de un parque, entre niños gritando y perros corriendo. Idílicas conversaciones van y vienen entre los insuperables atardeceres de Caracas.
Él, un vigilante retirado. Ella, una bibliotecaria. Ambos tenían muchos temas pendientes, muchas frases por decir, muchos cuentos por relatar. Ya se habían quedado solos, su destino era estar juntos. Ambos pasaban los 70 años, mantenían su relación bajo el más absoluto secreto.
Un día llegó la señora con un sobre en la mano. Sin mediar palabra, se lo entrega. Él decide no abrirlo hasta que termine de caer la tarde. Ella le sugiere que lo abra. Él insiste en abrirlo después. Cuando por fin lo abre, lo que temía, su amada fue diagnosticada con Alzheimer.
Con una enternecedora pero pícara mirada el señor le pregunta: ¿Y si nos olvidamos de todo?
La señora le sonríe y le pide que no bromee con eso. Pero él insiste diciendo: ¿Y si en verdad olvidamos hasta esta carta? Intentémoslo.
Con una sonrisa abrillantada de lágrimas, rompieron la carta y dijeron: ¡sí! Dejaron todo atrás: sus manías y sus prejuicios. Decidieron escribir un bolero llamado ‘Para jamás olvidar’, y en el último estribillo dicen:
Desde el principio, se vale resistir, sonreír y ser feliz.
Fotografía de @zahensa
— en Caracas.