El ulular de un búho protestaba entre las bravezas de un sauce. El viento de la medianoche, árido e inhóspito, se encaramaba entre las narices de fisgones y murmuradores. Caracas se viste de tinieblas, de oscurana, de miedo. Sus quebradas parecían embravecerse, las masas se cobijaban en sus propias penumbras: todo estaba solitario y sereno. Como si el temple de la ciudad se ocultara entre las sombras.
En algún lugar de la Candelaria, unos facinerosos: ávidos de un embuste, deseosos de una conspiración, se miraban y entrelazaban sus murmullos y carcajadas. A lo lejos, logran divisar un movimiento, parecía una sombría tropa de meretrices. Movidos por la lujuria se acercaron, pero la espesa neblina les impedía distinguir. De pronto sienten una humareda: unas hachas encendidas, unos cantos tenebrosos, era como una legión oscura. Vestían de túnicas tenues, parecían no tener cara, solo osamenta. Por momentos, había silencio, como si todo el ruido se confinara a las pisadas de esta tenebrosa logia.
Los malhechores corrieron. A la mañana siguiente lo comentaron en el mercado. Al carnicero, al panadero, al comerciante, todos se enteraron de aquel tétrico episodio. Las damas se santiguaban, los caballeros se reían y los niños corrían espantados. Un viejo sabio caraqueño recomendó dejar las cosas tal y como estaban. Encendió un habano e instó a los presentes a jamás acercarse por esos predios a la medianoche: “Ese es el lugar de las ánimas del purgatorio, déjenlas hacer su recorrido, no las molesten, no las vean”
Es por esto que hoy, entre tinieblas y fumarolas, esta esquina ubicada en la Av. Urdaneta lleva por nombre la Esquina de Las Ánimas que, según dicen sus vecinos, aun se escucha el transitar de los espíritus, la fumarada de sus antorchas y los fúnebres cantos de su marcha.
Textos: Raul Cordoba @rcordoba
Ilustración: Jorge Rivas @donrefran