Por Raúl D. Córdoba Arneaud
En una ciudad como Caracas, tomar un taxi es una tarea fácil pero peligrosa. Con fortuna, una situación serena, con conversaciones llanas y quejidos propios del tráfico. Otros no han corrido la misma suerte, pero bueno.
Aquí tenemos una múltiple tipificación de taxistas que no resaltaré pues no vienen al caso. Este era un joven y pirata taxista en quien confié mi vida en una carrera a algún lugar de Caracas al que, dicho sea de paso, él no estaba seguro de cómo llegar. Aunque parezca extraño, tanta ingenuidad del taxista me llevó a confiar en él.
Comenzó esa empresa con destino seguro, pero con camino incierto. Entre las pedantes avenidas de Caracas, trataba de esquivar los huecos y los iracundos competidores del pavimento. Para amenizar la carrera sintonizó la radio, 92.9, y rompió el hielo diciendo: ¡Coño! Se me olvidó que esa emisora la jodieron. ¿Qué escuchas pana?
Son las 4, pon una salsa, le dije. Si va pana mío, contestó. Seguimos hablando de temas inconexos mientras Ruben Blades cantaba, cuando se detuvo en una trasversal, bajó el vidrio de mi ventana y me pidió: Mano, pregúntale ahí a ese pana donde es que queda la vaina. Como un self-service, lo hice, el transeúnte nos explicó la dirección con cierto enredo y seguimos en el camino. Íbamos bien. Cuando faltaba poco, comencé a contar los billetes para pagarle cuando me dio por preguntarle desde cuándo es taxista, me dijo: comencé ayer, soy médico, primo. Pero toca matar tigres. La vaina está más dura que un sancocho e’ tuercas.
Le pagué y cuando estoy por bajarme me dijo: La idea es no perder las esperanzas, Bro.
Cerré la puerta, y en el vidrio trasero tenía una calcomanía que decía: “Carpeta diez, en latín Carpe Díem, en Criollo Tómatela con Soda”