Por Raúl D. Córdoba Arneaud
Entre el ruido de las cornetas, el improperio del caminante y el tecleo del oficinista, transcurría un día tranquilo, entre precios y delincuentes alborotados y políticos pervertidos, pero en esencia un día quieto.
En pleno apogeo de la mañana, cuando comenzamos a añorar el almuerzo o su intento, mientras algunos hacían llamadas y otros cotorreaban, empezaron todos a callarse. Los niños dejaron de jugar, las aves no silbaron más, el caraqueño dejó su bramar habitual, el varguense contuvo su clamor caluroso, las olas se serenaron y le dieron paso al tronar de la tierra que entró con una incipiente, murmurante e inquieta marcha, alertando a cada ego de su insignificancia.
En un país donde todo está en un presuntuoso e incierto movimiento, ni la luna ni el calor, ni la inflación ni las placas tectónicas se detienen. En un país donde todo parece estar ocurriendo al mismo tiempo y donde habíamos archivado palabras por el desuso: Tembló.
Fotografía de @huguito