Por Raúl D. Córdoba Arneaud
Así como Caracas muestra sus peores caras, se disculpa y muestra sus más inocentes poses. Unas facetas que nos hacen olvidar lo oscura que puede llegar a ser.
Este era un niño de unos 30 años, acompañado por su mamá. Una señora con una sonrisa impuesta por la entereza que le animaba a seguir venciendo los contratiempos y los obstáculos que, sin querer, se atravesaban entre el camino y la silla de ruedas de su hijo.
Dos bolsos eran sus guardaespaldas. Un termo y un volante de juguete que llevaba el muchacho.
Cuando ingresaron al vagón del metro, el joven ayudaba a acomodarse cuando su mamá le dice: Mete freno. Y le contesta: Ya apagué el carro mamá. Así, comienza a entablar conversaciones con sus cercanos y les presenta a su mamá, de quien parece estar orgullosísimo y no es para menos: Ella es mi mamá, incitando a las personas a extender su mano y presentarse formalmente, cuando estrechaban lazos, sonreía de una manera que era imposible contener la alegría.
Luego dijo: ¡Este es mi carro! Y comenzó a describirlo: tiene 4 ruedas, frenos, cinturón y es un Nissan, mi mamá me lo compró. En ese momento la señora le recuerda el volante y dice: Ah, verdad mamá, este es el volante con el que manejo y procuro no chocar mi carro. Cuando sea grande quiero ser mecanico de sillas de ruedas. Mientras eso ocurría la señora tenía una sonrisa de labios apretados, ojos achinados y vidriosos. El metro de detuvo el Ciudad Universitaria y ocurrió este pequeño diálogo:
-¿Llegamos al taller mamá?
-Si Ángel, prende el carro, apúrate.
-¡Bruuuum! ¡Hasta luego señora, hasta luego señor! ¡Voy al taller!
-Vamos pues, agarra tu volante, anda. Manda besitos.
Con sus frágiles manos y una autentiquísima sonrisa, Ángel lazó uno cuantos besos, aunque percatándose del camino para no chocar.
Una señora, secándose una lágrima que intentaba asomarse dijo: ¡Y a veces, uno tiene los santos ovarios de quejarse! Dios bendiga a ese carajito, vale.
Fotografía de @lennyruizc en Instagram