Por Raúl D. Córdoba Arneaud
Esa brisa inquietante que enfría las narices de los fisgones e inmoviliza el maniobrar de los forajidos anuncia la llegada del agitado octubre caraqueño. Las turbulentas mentes de los caminantes se entretejen en un amasijo de hipocresías, lamentos y oraciones, de preguntas que no se entienden y respuestas que no vienen al caso, de sórdidas pasiones e inseguridades sonrientes.
Vamos caminando, trotando, corriendo o danzando, pero vamos tratando de olvidar, recordar, imaginar y reflexionar sobre nuestro origen, nuestro entorno y nuestro futuro. Ansiosos, inquietos y mezquinos como la brisa. Tramposos y llenos de acertijos, sediciosos y apresurados por el tiempo, por los espacios, por las personas.
A veces, los sueños suelen ser muy cercanos las realidades. Y esta historia tiene un poco de ambas cosas.
Él soñaba con tomarle de la mano e invitarle a salir, imaginaba idílicos encuentros aderezados con estimulantes conversaciones y furtivos encuentros de labios.
Ella ni lo conocía.
Él la admiraba al danzar. Se imaginaba peripuesto e invitándole a bailar, siendo los reyes de la pista, los aplaudidos, los elogiados. Pero no sabía bailar. Tenía la cintura petrificada y la columna parecía estar solidificada. El ritmo, estaba en Australia y él estaba aquí. Ella se movía con gracia, como si el viento le acompañase, como si ella marcase la clave, como si las luciérnagas alumbraran cuando ella baila.
Mayúsculo reto para aquel infortunado y tosco bailarín. Aun así, se inscribió en la escuela de baile donde estaba la chica de sus sueños. El primer día, estaba aprendiendo los pasos básicos y, un poco enredado, se cayó. El suelo le advirtió que el camino no sería fácil, pero se levantó y siguió. Antes de finalizar la clase, visitó nuevamente el suelo, está vez se sintió tan frustrado que pensó en dejarlo, cuando aquella muchacha, su diosa, le dijo: Yo creo que lo tuyo no es bailar, pero si quieres te ayudo, ¿va?
De vainita no le dio un infarto, pero entendió que está sería su oportunidad de oro, no podía desaprovecharla.
Se levantó eufórico, agarró a la muchacha y comenzó a brincar. Un desastre.
Ella no paraba de reír. Era justo lo que necesitaba: reír. Y él, con su baile aborigen le hizo reír a carcajadas. Todo comenzó con este dialogo, que ella inició:
-Comencemos de nuevo.
-Está bien, me caeré de nuevo.
-No, Chico (y volvió a reírse). Te digo que comencemos con los pasos básicos.
-Bueno, esos son mis pasos básicos.
A partir de ahí, ella no paró de reír.
Les aprecio mucho y espero que esta, su historia, les haya gustado como tributo a nuestra amistad.
Pronto se irán a representar en Venezuela en Colombia en una competencia.
Fotografía de @dvaleron en Instagram
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