Siempre me gustó manejar, desde muchachito andaba con un carro de juguete.
Bueno, ese fue el único regalo que recibí del niño Jesús cuando estaba carajito.
Después nació mi hija, ¿qué mejor regalo, verdá? Sonrió.
Bueno, jamás pensé que me dedicaría a ser autobusero. Me gustaba y me gusta manejar, pero quería ser maestro. Estudié matemática en el Pedagógico ¿sabe? Pero no me arrepiento de nada.
Este conductor de autobús, avejentado por el sol que traspasa las desdichadas ventanas de su rancio bucerrito, como le llama por cariño, tiene temperamento calmado, ni el mal tráfico ni el maltrato parecían inmutarle. Una mirada saturada que se alerta cuando gritos irreverentes e incomprensivos le piden indebidas paradas, en incomprendidos lugares de esta, nuestra obsoleta Caracas.
Al instante, comenzó la atorrante musiquita que alerta el inicio de una cháchara nacional y, terminando de fruncir el entrecejo exclamó: ¡Ya vuelven estos con su paja! Bueno, al final toditos son la misma vaina. Todos son cortados con la misma tijera. Los desiguales, los imperfectos: somos nosotros.
Figúrate mijo: un pasaje son 280 bolos, por 24 asientos, son 6720 bolos. Más 12 o 15 parados son 4 mil bolos más, vamos a redondear. Eso suma 10.720 bolívares. En un viaje, he llegado a trasladar, en un día bueno, a unas 150 personas, desde Carmelitas hasta El Cementerio, esos son exactamente, 42 mil bolívares.
Si no me duele la espalda –que a mis 77 años es arrecho-, hago 3 viajes: eso es, alrededor de 120 mil bolos. Pago 30 mil en la línea, me quedan 90 mil, tengo que comprar cauchos, pagar el alquiler de mi rancho, comprar la papa, limpiar la unidad, comprar aceites y hacerle mantenimiento el bucerrito y, aun así: el usurero soy yo. ¡Qué bolas!
Es matemática simple, carajito.
Unos dizque cambio, otros dizque unas medidas económicas: a otro perro con ese hueso, chico.
Si no trabajo, no papeo. Así de simple. 2 y 2 son 4. Qué te lo diga yo.
Fotografía de @rockomic