Por Raúl D. Córdoba Arneaud.
-Dime, dime un número rápido. Del 1 al 9.
-¡Siete!
-Ajá. Justo el número que necesitaba. No, no, ya va. Ya hay un 7, coño. Espérate, si borro este 7 de aquí, lo escribo al lado y aquí escribo el 3. Así sí. ¿Cómo es que dice la canción del Magallanes? No hay quien le gane… ¡A Magaly!
Completó con enorme jocosidad esta doñita de unos ochenti’pico, con un lápiz en su perspicaz mano izquierda y un sudoku entre su mano derecha.
-Soy adicta a esta vaina desde que me dijeron que así entreno mi cerebro, y puedo evitar que se aloje el alemán ese nefasto que hace olvidar cosas bonitas e importantes de la vida, como mear, por ejemplo, y se rio. Y es que nada más imaginar que olvidaría la sonrisa de mi nieto me pone como loca, chico.
¿Y cómo cuantos hace al día? Le pregunté.
Sudoku que veo mal parado, sudoku que hago. Cuando comencé hacía dos o tres. Ya hago entre diez y quince al día. Me he vuelto una loca, es que me encanta. Si pudiera apostar, lo haría porque… No hay quien le gane… ¡A Magaly! Y sonrió con estridencia.
Magaly, me obligó a llamarla, porque eso de señora es para estirados. Ella es Magaly y al que le guste: que le pida matrimonio y, al que no, que se case con su esposo, que se caracteriza por ser fastidioso y necio, según resaltó.
Es una dama excéntrica, poco común, de sonrisa postiza pero bien usada, de estatura graciosa y rostro supersticioso. Camina por las calles de Caracas, acompañada de un pequeño bolso de tela, donde guarda a su ‘japonés’, como le llama cariñosamente al cuadernillo de Sudokus, su cédula (de apenas 6 dígitos), una bolsa con 3 plátanos pintones y una sonrisota que saca con frecuencia.
-¿Pa´ qué más? Y sonrió. Tengo a Caracas, a mi nieto, mis hijos, mi cedula y mi japonés. ¡Ah! Bueno, y mi esposo.
Y así va Magaly, alegrándole la vida a quien se le cruce en el camino: pidiendo un número, pero rápido. Y del 1 al 9.
La filosofía y la sonrisa son regalos no más.
La señora de la foto, aunque no es Magaly, es muy parecida a ella.
Extraordinaria foto de @nacdrak