Caracas se dormía temprano, los serenos paseaban cada hora. A medida que avanzaba la noche, todo se hacía más lúgubre, menos inocentón, más sugestivo. Hasta los caminantes errantes sentían frio en las narices y se guarecían en sus cuevas.Entre las empedradas, soplaba el viendo que San Antonio de Galipán dejaba salir de sus predios. Pocas antorchas se veían por Caracas, las sombras se hacían de la Ciudad, los sauces entablaban sus conversas con la brisa tenebrosa. Aparecían, muy a lo lejos, pequeños grupos. Todos querían saber quién osaba retar la noche.
Algunos se asomaban en sus ventanas, otros entreabrían la puerta principal.Era un caballero erguido, de algunas canas, de contextura ruda, pinta de bravucón. ¡Es un militar! decían los caraqueños. Iba de camisa blanca bien fajada, pantalón negro. En su saco, un pañuelo rojo. Perfumado como francés más autóctono. Acompañado de 3 o 4 oficiales rasos. Mirada expectante, caminata rápida: ¡Es el General Páez!Llegados a un lugar, él sigue solo. Camina y se mete en una casa, más rápido que inmediatamente.Al día siguiente, el mercado no dejaba de hablar de eso. ¡El General Páez está invadiendo dominios ajenos! ¡Qué sinvergüenza el General! ¡Lo pillarían si no fuese por los Angelitos!¿Los angelitos? Preguntaron los mercaderes. Si, siempre va acompañado de 3 o 4 chupa-medias que lo alertan cuando viene el marido, a lo que el salta por una ventana y se pierde. Nadie sabe quienes son, pero darían la vida por su General.
El mujeriego Centauro de Las Queseras solía visitar a esta mujer que, sin aspavientos, le quitaba el hipo del miedo. Aunque para guarecer sus chamarras, sus edecanes cuidaban sus espaldas mientras cometía la travesura.Por esta razón, la Esquina de Angelitos, tomó ese nombre, en honor (o deshonor) a este cuento del General J. A. Páez.
Textos: Raul Cordoba @rcordoba
Ilustración: Jorge Rivas @donrefran