Una espesa capa de neblina cubría las calles de la aun joven y noble ciudad de los techos rojos. Los recién estrenados en gentilicio, salían a las calles tratando de cubrir sus vergüenzas y sus narices del frio. Cerca de mediodía, se veían los rostros descubiertos, algunas sonrisas y alguno que otro chismorreo.
Caracas sufría los desmanes de la peste. Las calles se desolaban desde muy temprano, de vez en cuando se escuchaban los tosidos y lamentos en las recamaras que daban hacia las veredas. Se cuenta que los párrocos hacían peregrinaciones desde San Juan hasta Chacaíto. Un viaje de 3 o 4 días a pie, haciendo posada en las casas grandes de los acaudalados españoles.
Entre sollozos y desesperos, los caraqueños clamaban en las iglesias por una cura para el escorbuto. Era el miércoles santo del año 1597. Según la leyenda, eran casi las 3 de la tarde cuando entre canticos sacros y caminar pausado, salió la imagen del Nazareno de San Pablo, sostenida de cadetes y hombres blancos, seguida del párroco y muchos parroquianos.
En las cercanías del templo, había un pequeño huerto donde había un lozano limonero, las distancias no daban, todo parecía indicar que chocarían, y en efecto, las espinas de la corona de Cristo se enredaron en el limonero, haciendo que cayeran unos cuantos limones al suelo. Los piadosos los recogieron al grito de «Milagro!!!», y haciendo infusiones a los enfermos, encontraron la pronta recuperación de los afligidos caraqueños.
Desde entonces, la imagen del Nazareno de San Pablo se convirtió en un icono de fe para los venezolanos. Dicen que cada año el Nazareno se encorva un poquito más en virtud de los tantos pecados que lleva a cuestas para salvarnos de todos los males.
Textos: Raul Cordoba @rcordoba
Ilustración: Jorge Rivas @donrefran