Nuestras almas van transitando el inusitado camino de las alegrías y las tristezas, errantes vamos de un lado a otro como si de todo tuviésemos culpa. Vamos tan de prisa que aparentamos ser adultos. Nos preocupa el tiempo. Nos agita el ayer. Nos agobia el hoy. Nos angustia el mañana.
En ese sinuoso camino, encontramos razones que nos despegan unas carcajadas finas y frescas que nos iluminan la mirada y aceleran las pulsaciones. Mágicos escenarios que, sin siquiera ensayarlos, trascienden por el vestíbulo de nuestra esencia y se anclan como el más sediento piojo.
Como si nuestro ser se separara de nuestro parecer, comenzamos a disfrutar los sencillos momentos de nuestro existir. Disparatados y onomatopéyicos comenzamos a pintar nuestro camino de sonrisas. A disfrutar tanto la lluvia como el sol, los tinos y desatinos, pues el cielo es el camino y el suelo es el testigo. Corriendo de ventana en ventana esperando un hallazgo importante. Sin combinar y coloridos pasan los segundos buscando razones para seguir siendo niños. Alegrándonos con inocencia, maravillándonos cuando el sol y la luna se encuentran y distrayéndonos cuando las hormigas avanzan en fila. Preocupándonos por más tardes de juegos y entristeciéndonos porque se averían los toboganes.
En una sociedad tan extraña como la que nos hemos construido para vivir, nos sorprenden las cosas más naturales y nos sentimos indiferentes ante cualquier artificio.