Aún estaban las calles empedradas, pero todo era más cálido. En las cercanías de esta esquina, todo parecía susceptible y asequible. Era un pequeño festín comercial. Todo estaba lleno de tiendas, carpas y tarantines. En las calzadas, se dejaban los caballos y las ganas de ahorrar.Los caraqueños, políticos y clérigos se hacían hueco entre las gentes, mientras vendedores y marujas ofrecían sus productos.
Los más ricos se acercaban a las áreas privadas, compraban animales exóticos, habanos y bebidas espirituosas. Las damas se peleaban por elegir el mejor perfume traído desde la mismísima Francia. Los menos pudientes iban en la búsqueda de enseres, trapos y frutas. Todo lo que pudiese venderse, se vendía, todo. Era como el MercadoLibre de ahora.
Para hacer las transacciones se usaba cualquier cosa de valor. Se intercambiaban guacales de frutas por 2 onzas de oro o 6 monedas de plata. Un frasco de perfume barato se cambiaba con un reloj de leontina o dos sombreros medio-usados. Un loro africano por dos burros de carga o un caballo. Y así, todo era susceptible de comercio. Lo que ahora está infestado de gente tratando de vender y comprar oro, plata, dólares y euros, antes era el lugar predilecto para los negocios, las transacciones y los intercambios.
Había unas pequeñas oficinas, que funcionaban como casas de bolsa y cambio. Se tasaban los bienes (y hasta las gentes), los encuentros comerciales se hacían en esa esquina. Todo parecía indicar que, en esa esquina, funcionaba la bolsa de valores de la ciudad. En algunas oportunidades se le llamaba la Esquina del Comercio, pero los mismos mercaderes se encargaron de admitir que ese lugar es la Esquina de la Bolsa.
Textos: Raul Cordoba @rcordoba
Ilustración: Jorge Rivas @donrefran